After the first third of the nineteenth century and before 1930, the Mexican economy experienced a certain economic diversification, which stimulated and stimulated the articulation of the domestic market. The rural and urban development achieved by some regions and cities stimulated this market hand in hand with the Porfirian regime. So this was the regionalized economic scenario that would be encouraged in the later period, which was characterized by a determined intervention of the State in the economy. Thus, the post-revolutionary "economic reanimation" of the Mexican State would bring with it, together with the external effects caused by the two world wars and the economic crisis, the possibility of continuing the path of national industrialization. The design of economic policy focused on import substitution. It consisted of substituting imported basic goods (food, clothing, footwear and housing) through its manufacture in the interior of the country. This economic policy was maintained until half a century later, when the federal government tried to advance the process of industrialization by promoting the manufacture of intermediate and capital goods. Thus, the economic model was based on encouraging and protecting industry and the national economy itself, until the model was exhausted and ended up opening to the world market in the last decades of the century. In this context, the promotion of industrial development did not mean to move away from the stimulus to the agricultural economy, on the contrary, the harmony and the virtuous circle between both sectors, attracting the tertiary, was the key to boost industrialization.
Pasado el primer tercio del siglo XIX y hasta antes de 1930, la economía mexicana experimentó una cierta diversificación económica, la cual fue estimulada y estimuló la articulación del mercado interno. El desarrollo rural y urbano alcanzado por algunas regiones y ciudades dinamizó este mercado de la mano con el régimen porfirista. De modo que este era el escenario económico regionalizado que se incentivaría en la época posterior, la cual se caracterizó por una decidida intervención del Estado en la economía. Así, la “reanimación económica” posrevolucionaria del Estado mexicano traería consigo, junto a los efectos externos provocados por las dos guerras mundiales y la crisis económica, la posibilidad de continuar el camino recorrido de la industrialización nacional. El diseño de la política económica se centró en la sustitución de importaciones. Consistió en sustituir bienes básicos importados (alimentación, vestido, calzado y vivienda) mediante su manufactura al interior del país. Esta política económica se mantuvo hasta pasado el medio siglo, cuando el gobierno federal pretendió avanzar en el proceso de industrialización al fomentar la manufactura de bienes intermedios y de capital. De tal manera que el modelo económico se fundamentaba en incentivar y proteger a la industria y en sí a la economía nacional, hasta que el modelo se agotó y terminó por abrirse al mercado mundial en las últimas décadas del siglo. En este contexto, el fomento al desarrollo industrial no significaba alejarse del estímulo a la economía agrícola, por el contrario, la armonía y el círculo virtuoso entre ambos sectores, atrayendo al terciario, era la clave para impulsar la industrialización.
